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Los césares disfrutaban con el cuerpo a cuerpo que enfrentaba a estos entrenados luchadores, acudiendo a espectáculos que habían sido organizados por ricos munerarius (individuos adinerados que costeaban este tipo de combates).
Estos espectáculos nacieron como parte de las ceremonias que se destinaban a honrar la memoria de los fallecidos.
Como todo buen espectáculo, el combate de gladiadores tenía sus reglas y un árbitro que debía velar por el "juego limpio" entre los contrincantes que se batían a muerte. Estos árbitros solían ser gladiadores retirados y que eran conocidos como "summa rudis".
Entre las reglas que se aplicaban a los combates estaba la de que el gladiador derrotado podía pedir la sumisión, y si esta petición era aprobada por el munerarius, el contendiente podía salir de la arena sin más daño.
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