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Cuando la Cumbre de París de 2015 terminó con lo que muchos llamaron "un acuerdo histórico", algunas voces se alzaron, llenas de escepticismo.
Señalaron entre otras cosas que para controlar el calentamiento global de forma que no supere los 1,5 grados (o 2 en el peor de los casos) de aquí a fin de siglo, no sería suficiente con reducir las emisiones de dióxido de carbono, un objetivo que ya es difícil. Habría que extraer parte del CO2 ya presente en la atmósfera.
Alineada con esa idea, Islandia acaba de poner en marcha la primera planta con emisiones negativas de CO2, es decir, que consumirá más dióxido de carbono del que emitirá a la atmósfera. Pertenece a la startup suiza Climeworks.
Cómo se convierte el gas en piedra
Su funcionamiento es el siguiente: enormes turbinas absorberán grandes cantidades de aire, reteniendo las moléculas de dióxido de carbono para después dirigirlas bajo tierra, a una base de roca volcánica. Allí, el CO2 reaccionará junto con el basalto y quedará solidificado en forma de roca caliza.
Según sus cálculos, esta tecnología podría extraer 50 toneladas de CO2 del aire al año. Se trata todavía de un programa piloto, pero su gran ventaja es que al convertir el gas en piedra no hace falta guardarlo y vigilarlo en un depósito.
Los inconvenientes de la extracción de CO2
Parece una gran idea, y lo es, pero entonces, ¿por qué no se ha generalizado todavía?
Principalmente por dos motivos. El primero es que la extracción de dióxido de carbono se ha considerado hasta ahora un plan B poco deseable. Lo ideal habría sido reducir las emisiones lo suficiente como para no haber necesitado recurrir a esto. Promover esta tecnología y otras similares se habría visto como una forma de dar carta blanca a las emisiones descontroladas porque, total, luego habríamos podido reducir el problema. Por ese lado, se considera una opción poco responsable.
El segundo es una cuestión económica. Extraer y almacenar CO2 del aire es demasiado caro: en un informe de 2011 se calcula que el coste de extraer una tonelada de CO2 del aire se sitúa entre 600 y 1000 dólares. Gracias a los avances conseguidos desde entonces, los precios ya no serían tan altos: Jan Wurzbacher, director de Climeworks, asegura que podrá reducirlos hasta los 100 dólares por tonelada métrica, y otras empresas del sector prometen incluso reducirlo a la mitad una vez que la tecnología sea escalable.
Se trata por tanto de encontrar el umbral en el que la tecnología sea lo suficientemente asequible como para que se pueda incorporar al esfuerzo global por contener el cambio climático, junto con (y nunca en sustitución de) las medidas necesarias para controlar las emisiones.
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