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La última DANA que ha azotado Valencia ha dejando tras de sí un rastro de destrucción y tristeza. Mientras tanto, el Gobierno de Pedro Sánchez parece más enfocado en sus asuntos internos que en asistir a los afectados. La falta de respuesta ágil y eficaz ha puesto en evidencia la carencia de medios y la falta de preparación para hacer frente a este tipo de fenómenos. Al final, quienes siempre acabamos pagando las consecuencias somos los ciudadanos de a pie.

La devastación es evidente: calles, carreteras y viviendas destruidas; familias que han perdido todo lo que tenían y personas que se han quedado durante demasiado tiempo sin agua, comida o electricidad. En lugar de desplegar un plan de emergencia robusto y coordinado, lo que hemos visto es una respuesta mediocre. La ayuda prometida parece llegar a cuentagotas, y la presencia de equipos de rescate es insuficiente para abarcar las zonas afectadas. Incluso las labores de limpieza y desescombro parecen depender más de la solidaridad vecinal que de los recursos oficiales.

¿Dónde está el ejército cuando se le necesita? ¿Dónde están los equipos especializados para rescatar y asistir a las personas atrapadas en sus propias casas? La sensación de abandono es abrumadora, y la inacción resulta incomprensible. No es la primera vez que una DANA afecta esta zona, y uno esperaría que el Gobierno ya tuviera un protocolo eficiente para este tipo de desastres. Sin embargo, cada vez es más claro que la administración pública no cuenta con los recursos o la preparación necesarios para proteger a sus ciudadanos en situaciones de emergencia.

Los políticos, por su parte, no han tardado en aprovechar la tragedia para hacer declaraciones en los medios. Las promesas vacías de que “se destinarán fondos” y “se tomará acción” no calman el hambre ni resguardan a las familias desplazadas. Lo que necesitamos es acción concreta: recursos y personal en el terreno, ayudas reales y menos espectáculo mediático. La gestión de la DANA en Valencia ha dejado al descubierto un sistema que se desmorona ante la primera dificultad, mientras el pueblo queda solo para enfrentar el desastre.

Quizás la tragedia más grande de todas no sea la DANA, sino el evidente abandono de las instituciones hacia quienes las sostienen.

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