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Por si no conoces Hablando de…, en esta larga serie de artículos recorremos diferentes aspectos de ciencia y tecnología de manera aparentemente aleatoria, haciendo especial énfasis en aspectos históricos y enlazando cada artículo con el siguiente. Tratamos, entre otras cosas, de poner de manifiesto cómo absolutamente todo está conectado de una manera u otra. En las últimas entradas de la serie hemos hablado acerca de John von Neumann, cuyas ideas de máquinas auto-replicantes, junto con el concepto de una inteligencia artificial comparable a la humana de Turing, llevaron a las primeras predicciones de una “singularidad tecnológica“, que podría ser una explicación de la Paradoja de Fermi propuesta por el físico Enrico Fermi, que tuvo una importante participación en el Proyecto Manhattan, iniciado por el gobierno estadounidense como respuesta a una carta de Szilárd y Einstein en la que avisaban de la... posibilidad de que los Nazis desarrollaran una bomba atómica, algo que nunca llegó a ocurrir posiblemente gracias a Werner Heisenberg, aunque el bando aliado sí utilizó armas atómicas en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, llevados a cabo por bombarderos B-29 Superfortress, cuyos motores estaban construidos por la empresa fundada por los famosos hermanos Wright, los primeros en hacer volar un aeroplano, máquinas que se convertirían en armas en la Primera Guerra Mundial, aunque no tan terroríficas como el gas mostaza, que en el mar se polimeriza y puede ser confundido con ámbar gris, utilizado en la Edad Media como amuleto de protección contra la Peste Negra. Pero hablando de la Peste Negra…
Es muy difícil para nosotros, hoy en día, empezar a comprender el alcance del horror que la Peste Negra supuso para la población asiática y europea del siglo XIV. El tipo y el alcance de las enfermedades que nos preocupan de forma global hoy en día son una verdadera broma comparados con aquella pandemia. De modo que, aunque voy a empezar con una descripción algo aséptica del asunto, llegado un punto quiero tratar de describir lo que pasaba desde el punto de vista de los que la sufrieron — hasta cierto punto, por supuesto.
Aunque no está totalmente claro (sigue habiendo controversia al respecto), la mayor parte de los científicos están de acuerdo en que la llamada Peste Negra, Muerte Negra, Gran Peste o Gran Muerte fue causada por la bacteria Yersinia pestis, el agente infeccioso de la peste bubónica.
Yersinia pestis, a través del microscopio electrónico.
El nombre de esta enfermedad se debe a que uno de los síntomas de la enfermedad son los bubones, bultos en la piel que no son otra cosa que los ganglios linfáticos inflamados. La bacteria se infiltra en el sistema linfático, alcanza los ganglios y los inflama. Tarde o temprano, el ganglio inflamado sangra y la bacteria se traslada al torrente sanguíneo, desde donde infecta el resto del cuerpo. Al final, la hemorragia hace que partes de la piel se vuelvan rojizas y negruzcas, pero como comprenderás, a esas alturas el enfermo ya no dura mucho tiempo.
Representación de la Muerte Negra en la Biblia de Toggenburg. 1411.
Normalmente, el proceso de contagio funciona así: la bacteria infecta a una pulga parásita de las ratas. Cuando las bacterias se multiplican en el interior de la pulga, taponan el estómago de modo que la pulga no puede alimentarse y sufre más y más hambre. Llega un momento en el que la pulga, que está muriendo de inanición, pica a una rata (o, por supuesto, un humano) e intenta alimentarse vorazmente de su sangre… sólo que no puede realmente ingerir la sangre, por el bloqueo del estómago, de modo que acaba vomitando de nuevo la sangre dentro de su víctima: pero esa sangre, naturalmente, contiene ahora Yersinia pestis. La pulga finalmente muere de inanición, pero la bacteria ya ha entrado en otro huésped, que será luego picado por otra pulga, que recibirá la bacteria, etc.
Hoy en día, en general, el contacto entre ratas y seres humanos no es tan grande como lo fue en épocas pasadas. Además, incluso si alguien se contagia (y, por supuesto, sigue pasando) los antibióticos han hecho que la tasa de mortalidad sea de tan sólo un 4-15%. Por eso la peste bubónica, aunque dé miedo, ha perdido los tintes de horror que tuvo en siglos anteriores.
No estoy exagerando: decir “horror” es una manera muy suave de describir la sensación que las gentes de aquellas épocas probablemente sintieron ante la sola mención de la enfermedad. Piensa que la tasa de mortalidad era extraordinariamente alta, que nadie tenía la menor idea de a qué se debía, cómo se transmitía ni qué podía hacerse para curarla. Además, aunque el período de incubación dura más tiempo, desde el momento en el que los síntomas se hacían visibles hasta la muerte del enfermo pasaban días o incluso simples horas — pero, para entonces, muchas de las personas cercanas ya estaban incubando la enfermedad, picadas a su vez por pulgas infectadas. Ciudades enteras perdían casi toda su población en meses.
La peste bubónica realizó una serie de “limpiezas poblacionales” de una magnitud escalofriante, que suelen denominarse la Primera, Segunda y Tercera Pandemia. La primera de ellas tuvo lugar en 541 d.C., y mató a una cuarta parte de la población del Mediterráneo. Cuando esta plaga estaba en su punto álgido en Constantinopla, mataba 10.000 personas diarias y redujo la población de la metrópoli a casi la mitad.
La tercera tuvo lugar en 1855, y afectó principalmente al sudeste asiático, matando a unos 12 millones de personas sólo en China y la India. Fue durante esta Tercera Pandemia, en 1894, cuando el francés Alexandre Yersin y el japonés Shibasaburo Kitasato, independientemente, realizaron el descubrimiento de la bacteria responsable de la enfermedad. A partir de ese momento, lo peor había pasado, pues se tenía el conocimiento necesario para, por un lado, disminuir las posibilidades de contagio y, por otro, desarrollar los antibióticos necesarios para salvar a las personas infectadas por la Yersinia pestis (que, por cierto, no tiene nada del nombre de Kitasato porque sus informes eran algo contradictorios, mientras que no había duda alguna sobre los de Yersin).
¿Y la Segunda Pandemia? Fue la peor, con una enorme diferencia. Tan terrible fue que produjo profundos cambios en la cultura europea, y sus efectos durarían siglos. Esa Segunda Pandemia fue, naturalmente, la Peste Negra, y quiero tratar de darte una idea del horror que supondría para las gentes de la época, independientemente de que su causa fuera realmente la Yersinia pestis o no.
Estamos en 1347, y lo que va de siglo no ha sido exactamente bueno para Europa: se han producido varias hambrunas, la peor de todas la de 1315, que acabó con un 10-25% de la población de muchas ciudades. Sin embargo, el hambre es un mal conocido: la causa y la consecuencia son claras y la población está acostumbrada a ellas.
En el último siglo la peste ha matado millones de personas en Asia. Los Mongoles sitian la ciudad de Caffa, en Crimea, una posesión genovesa, y lanzan cadáveres contagiados de peste por encima de las murallas, infectando a los sitiados de la terrible enfermedad. Aunque muchos barcos genoveses logran escapar, la tripulación está infectada, y los barcos tienen ratas y pulgas suficientes como para mantener la enfermedad y extenderla.
Estos barcos atracan en Messina en 1347 y, para entonces, la mayor parte de la tripulación ha muerto, y el resto están todos contagiados. Desde Messina, la enfermedad se extiende al resto de Italia y, desde allí, a la mayor parte de Europa. Antes de que los gobernantes puedan reaccionar la gente empieza a morir a miles.
Cuando la enfermedad llega a cada ciudad o pueblo, la gente empieza a morir a una velocidad indescriptible. Muy pronto, el terror se apodera de la gente, que cree que ha llegado el Fin de los Tiempos. Las multitudes buscan auxilio en la Iglesia, en curanderos, en alquimistas, en amuletos (como los de ámbar gris)… pero nadie tiene una solución. Los propios monjes de los monasterios mueren en masa, y todos los rezos no sirven para salvarlos.
Monjes desfigurados por la peste siendo bendecidos. Inglaterra, 1360-1375.
Desde luego, en ese momento nadie sabe cuál es el origen de este horror, cómo detenerlo, cómo se propaga… al principio, la gente cuida a los enfermos y entierra a sus muertos, pero muy pronto el terror es tan enorme que los más básicos rasgos humanos se desvanecen por completo. Para que te hagas una idea, lee este estremecedor testimonio de Agnolo di Tura, de Siena:
El padre abandonaba a su hijo, la esposa a su esposo, un hermano al otro; pues esta enfermedad parecía extenderse por el aliento y la vista. Y así morían. Y no podía encontrarse a nadie que enterrase a los muertos por dinero o amistad. Los miembros de una familia llevaban a sus muertos a una zanja como podían, sin sacerdote, sin divinos oficios […], grandes agujeros se abrían y eran llenados con multitud de muertos. Y morían a cientos de día y de noche… Y en cuanto esos agujeros se llenaban, se abrían otros nuevos […] Y yo, Agnolo di Tura, llamado el Gordo, enterré a mis cinco hijos con mis propias manos. Y había también otros que estaban tan levemente cubiertos por la tierra que los perros los arrastraban fuera y los devoraban en plena ciudad. Nadie lloraba por ninguna muerte, pues todos esperábamos la muerte. Y tanta gente moría que todos pensábamos que era el fin del mundo. Esta situación continuó [desde Mayo] hasta Septiembre.
Las escenas debieron de ser terribles, y algunas cosas parecen salidas de relatos de ciencia-ficción o de terror. Observa el siguiente grabado, que no es una alegoría, sino algo real que se veía por las calles:
Crédito: Imagery From the History of Medicine.
Aunque la mayor parte de los médicos huían de las ciudades en cuanto se daban cuenta de las infecciones –pues eran plenamente conscientes de que no había nada que pudieran hacer por las víctimas– los gobiernos querían certificar cuándo una casa estaba infectada, de modo que un doctor (o alguien sin cualificación) debía entrar en la residencia y observar los síntomas de la familia, si es que los tenían. ¿Pero quién iba a entrar en una casa en la que podría haber peste?
De modo que se utilizaba esa especie de abrigo recubierto de cera, además de botas y guantes, un sombrero y una máscara para evitar que la piel estuviera expuesta al “aire impuro” o miasma. Además, la máscara tenía un pico que se llenaba de hierbas aromáticas o especias, ya que se pensaba que era ese aire impuro el que transmitía la enfermedad. Finalmente, no te pierdas el palo, que se utilizaba para alejar a las víctimas que se acercaban demasiado en busca de ayuda. ¿No da escalofríos?
La Peste Negra duró unos cuatro años, aunque la mayor parte de las muertes se produjeron en los primeros meses. Al final de esos cuatro años, la población europea se había reducido a la mitad (es difícil dar cifras exactas, y durante años se dijo que fue una tercera parte, pero las cifras más recientes parecen ser de un 50%). En las zonas más afectadas, como Italia, el sur de Francia y España, dos terceras partes de la población murió. Piénsalo: si hubieras estado en Europa en ese momento, probablemente hubieras muerto; pero, incluso si hubieras sobrevivido, la mitad de las personas que conoces hubieran muerto por la enfermedad. Tanta gente murió que se piensa que ciertas características genéticas que tenemos hoy son el resultado de la selección de la Peste Negra, a la que algunos eran más resistentes que otros.
En el resto del mundo las cosas no fueron muy diferentes: se estima que la población mundial pasó de unos 450 millones de personas a 350 millones. Pero las muertes directas debidas a la enfermedad no fueron su única consecuencia.
Para empezar, la gente se preguntaba por qué tanto sufrimiento. Siendo la naturaleza humana como es, rápidamente se encontraron culpables casi en todas partes. En Europa fueron (como tantas otras veces) los judíos. Por un lado, los judíos no solían utilizar las fuentes públicas porque sus costumbres de higiene les impedían utilizar algo compartido de esa manera. Por otro, la mortalidad entre los judíos fue bastante menor que entre los cristianos en Europa: las leyes rabínicas los obligaban a ser más limpios y además vivían en cierto aislamiento, lo que los protegió contra lo peor de la plaga.
¿La conclusión, debida a los prejuicios, el odio y el miedo? Los judíos habían envenenado las fuentes públicas para acabar con los cristianos. Se produjeron auténticas masacres, en las que comunidades judías enteras fueron quemadas en la hoguera por su supuesto crimen. Pero los cristianos europeos no eran diferentes del resto de los humanos: en otros lugares se acusó y mató a los leprosos, a los que sufrían psoriasis, a las mujeres, a los infieles, a los extranjeros…De modo que la primera consecuencia de la Muerte Negra fue justo eso: más muerte, debido a persecuciones varias.
Quema de judíos durante la Peste Negra. 1349.
Además, se generó un enorme pesimismo y fatalismo en la conciencia colectiva (pero ¿cómo hubiera podido ser de otra manera, si la mitad de la gente que conoces ha muerto y no sabes cómo ni por qué?). Las representaciones de la muerte en la época abundan, y las obras artísticas son, en general, siniestras y mórbidas. Un ejemplo famoso es la Danza Macabra, una alegoría de la universalidad de la muerte: no importa si eres poderoso, rico, feo o pobre, la muerte une a todos.
La Danza de la Muerte, de Michael Wolgemut. 1493.
Una tercera consecuencia fundamental de la Peste Negra fue el cambio de actitud de la sociedad hacia los nobles y la Iglesia: ni unos ni otra pudieron hacer nada para detenerla. El poder de la Iglesia no sería ya nunca el de antes, y muchas de sus atribuciones serían transferidas al poder temporal. La impotencia de los gobiernos, unida por un lado a las medidas restrictivas que tomaban (como cuarentenas) que no tenían ningún efecto y, por otro lado, la falta de trabajadores cualificados, ¡porque la mayor parte estaban muertos! crearon rebeliones y, como consecuencia, una mejora en la calidad de vida de los supervivientes.
De hecho, algunos historiadores piensan que el Renacimiento no se hubiera podido producir sin esta pandemia. Y en Europa oriental, donde la baja densidad de población evitó la oleada de muerte que barrió el occidente, los movimientos populares y el Renacimiento tendrían que esperar aún siglos.
Finalmente, como he dicho antes, los alquimistas y curanderos perdieron un gran prestigio durante esos años: todos sus remedios, a pesar de su palabrería, no servían absolutamente para nada. El estudio clínico de las enfermedades y una aproximación científica al problema empezaría en este momento y, en cierta medida, los primeros pasos de la medicina moderna se darían a consecuencia de la Peste Negra, además de la eliminación de charlatanes y superstición relacionados con la enfermedad que se produjo en esa época.
No hay que olvidar tampoco que, después de una disminución tan tremenda de la población, las hambrunas se terminarían, los salarios aumentarían, el terreno arable era abundantísimo comparado con la gente disponible para ararlo… Es terrible, pero las condiciones de vida en Europa aumentaron de manera considerable en los siglos posteriores a la Segunda Pandemia producida probablemente por la Yersinia pestis.
Lo curioso es que este nombre de la bacteria es bastante reciente, de 1967; anteriormente tenía el nombre que le había dado su descubridor, Alexandre Yersin: el de Pasteurella pestis, en honor al Instituto Pasteur en el que trabajaba, fundado por el extraordinario microbiólogo Louis Pasteur. Pero hablando de Louis Pasteur…
Fuente: http://eltamiz.com/2007/11/10/la-peste-negra/
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