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Las secuoyas gigantes de California pueden vivir durante más de 3000 años. Sus troncos pueden medir dos coches de diámetro y sus ramas pueden extenderse a más de 90 metros de altura. Pero hace unos años, en una sequía sin precedentes, los científicos advirtieron algo extraño. Algunos de estos gigantes arbóreos de los parques nacionales de las Secuoyas y Cañón de los Reyes estaban muriendo de formas jamás documentadas: de arriba hacia abajo. Cuando los investigadores treparon hasta las copas, descubrieron que los escarabajos de la corteza habían perforado algunas ramas. Para 2019 habían muerto al menos 38 árboles. No era una cifra descomunal, pero sí «era preocupante, porque nunca lo habíamos observado antes», cuenta Christy Brigham, jefa de gestión de recursos del parque.
«Entre todos los factores que pueden afectar a la mortalidad arbórea, la competencia, el tamaño del árbol y el clima se han mostrado particularmente importantes», afirma un estudio publicado por el Ministerio de Transición Ecológica.
De ser así, estos centinelas antiguos serían el último ejemplo de una tendencia que los expertos están documentando en todo el mundo: los árboles mueren a una velocidad cada vez mayor, sobre todo los más viejos y altos.
Mueren más árboles viejos por todas partes
Para elaborar el panorama más detallado de la pérdida arbórea global, casi dos docenas de científicos de todo el mundo examinaron más de 160 estudios previos y combinaron sus hallazgos con imágenes por satélite. Su análisis revela que, entre 1900 y 2015, se perdió más de un tercio de los bosques primarios del mundo.
En lugares donde los datos históricos son más detallados —como en Canadá, el oeste de Estados Unidos, y Europa—, los índices de mortalidad casi se han duplicado en las cuatro últimas décadas y una mayor proporción de esas muertes son de árboles viejos. No existe una única causa directa.
La mayor franja restante de bosque primario de secuoyas se encuentra en el parque estatal Humboldt Redwoods, en California.
«Habrá menos bosques», dice Monica Turner, ecóloga forestal de la Universidad de Wisconsin.
Los bosques de España, aún más amenazados por la sequía
Durante la década de los años 70 comenzó a observarse un proceso general de degradación forestal que afecta a gran parte de los países industrializados, y cuyo origen es aún hoy día incierto, según afirma el Inventario de Daños Forestales 2020 de la Red europea de Seguimiento de Daños en los Bosques. «Esta situación acababa propiciando la entrada posterior de plagas, enfermedades u otros agentes que pueden desequilibrar el ecosistema forestal», afirma el estudio.
«En España, propensa a la sequía, la disminución de los bosques se atribuye principalmente a la grave escasez de agua», alertan los autores de un reciente estudio sobre las causas del declive en los bosques de España. Esta tendencia «provocará potencialmente la muerte regresiva de los bosques, caracterizada por la disminución del crecimiento de los árboles y la mortalidad».
La muerte masiva de árboles, de forma aparentemente natural, es un fenómeno en aumento en los bosques de todo el mundo que se ha bautizado como decaimiento o forest decline, en inglés. Para estudiarlo, en 1985 se inició el Programa de Cooperación Internacional para la Evaluación y Seguimiento de los Efectos de la Contaminación Atmosférica en los Bosques , dentro del Convenio de las Naciones Unidas para Europa.
Cambios mundiales
En la Tierra se han documentado 60 000 especies de árboles, así que estos cambios se producen de forma diferente en cada parte del planeta.
En un año reciente, tras una semana de mucho calor, cientos de miles de hayas perdieron las hojas. Los escarabajos de la corteza también habían matado abetos, lo que no es nada inusual. Pero el calor debilita los árboles, los hace más vulnerables y permite que los insectos se multipliquen y sobrevivan durante el invierno y hasta el año siguiente.
Incluso en regiones frías «con un par de años cálidos, los bosques sufren», afirma Hartmann, que no es uno de los autores del estudio de McDowell. «Afrontamos una situación en la que los bosques no pueden aclimatarse. Hay especies individuales que están superando el umbral de lo que pueden soportar». Esto también podría aplicarse a algunos de los bosques más queridos de Norteamérica. Durante 10 000 años, se han producido incendios en el parque nacional de Yellowstone cada 100 a 300 años. En 1988, el fuego atrajo la atención internacional, ya que chamuscó 485 000 hectáreas.
Desde entonces, Turner, la ecóloga de Wisconsin, ha estudiado las consecuencias de esos incendios y no ha sacado las mismas lecciones que antes. Normalmente, el calor de las llamas ayuda a que las piñas de los Pinus contorta liberen las semillas al fundir su resina pegajosa. En cambio, en 2016, cuando los nuevos bosques no tenían ni 30 años, se produjo un nuevo incendio en un lugar que ya había ardido en 1988.
Moringa peregrina
El Moringa peregrina es un árbol amenazado en Jordania e Israel, donde la desertificación está acabando con los árboles autóctonos.
Los expertos aún están evaluando las consecuencias de estos cambios en el mundo. El primer análisis nacional de la mortalidad arbórea en Israel desveló que estaban desapareciendo grandes superficies de bosque, en gran medida por el calor y los incendios forestales. En un país cubierto en gran parte de piedras y arena, los bosques significan mucho. Los árboles albergan los nidos de las águilas y sustentan el hábitat de los lobos y los chacales. Sostienen el suelo con las raíces. Sin ellos, las plantas que suelen crecer a la sombra de los árboles quedarían expuestas a las altas temperaturas y a la luz intensa.
Primeros indicios
Las semillas del estudio de Science se sembraron a principios del siglo XXI, cuando el autor principal, McDowell, se mudó al sudoeste de Estados Unidos para trabajar en el Laboratorio Nacional de Los Álamos. Desde la ventana de su oficina veía los campos de enebros y pinos piñoneros muertos. Una intensa ola de calor había devastado el 30 por ciento de los pinos a lo largo de más de 11 600 kilómetros cuadrados de bosque. «Como fisiólogo de árboles, pensé que sería una estancia breve porque todos estaban muertos», recuerda.
McDowell y sus colegas empezaron a sopesar cómo alterará la pérdida de árboles a la capacidad de los bosques para capturar CO2 y cómo predecir mejor este tipo de devastación en el futuro. Una década después, un colega examinó los anillos de los árboles y las variaciones de temperaturas pasadas y descubrió un vínculo entre el calor y las muertes de los árboles. A continuación, simuló cómo cambiaría el bosque basándose en las proyecciones de temperatura del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Los resultados sugerían que, para 2050, las temperaturas normales del sudoeste de Estados Unidos podrían ser similares a las raras olas de calor pasadas causantes de sequías que mataron árboles. «Resultaba realmente aterrador», afirma McDowell.
McDowell y otros científicos empezaron a investigar en términos más amplios. Mucha gente había asumido que el aumento del CO2 contribuiría al crecimiento arbóreo. Pero con el calentamiento del planeta, la atmósfera absorbe la humedad de las plantas y los animales.
Aunque algunos de los cambios en los bosques son inevitables, Turner dice que reducir las emisiones de la quema de combustibles fósiles podría tener grandes repercusiones. Una situación hipotética que ha documentado sugiere que disminuir las emisiones de CO2 en las próximas décadas podría reducir a la mitad la pérdida forestal en el parque nacional de Grand Teton.
Con todo, en algunos casos podrían necesitarse soluciones más radicales.
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